sábado, 25 de septiembre de 2010

Micro-Relatos Pachangueros (25-Septiembre-2010)

  Esta semana ha habido más actividad y nos han llegado dos pachangueros, además, yo he decidido participar también, a ver como acaba la broma. En la parte lateral derecha tenéis la encuesta para que votéis el que más os ha gustado. El viernes conoceremos al ganador, de momento, a disfrutar de los micro-relatos. Gracias por participar.

 Sin título 

 En los años en los que se llevaba sombrero hubo un guitarrista aficionado, que nunca pasó de eso. Fumaba por glamour y creía en Dios porque era la única forma de que existiera Django Reinhardt. Este guitarrista, cuyo nombre podría ser cualquiera, porque nadie lo recordaría jamás, tenía un único propósito en la vida: ser aplaudido, aunque fuese una sola vez, tras una actuación. Podía ser en el peor garito de horrible muerte del apestoso y humeante barrio en el que veía su vida pasar, no era muy exigente. Su gran oportunidad llegó el día en que Raulo Corman, el gerente de un cuchitril situado en la calle de nuestro protagonista, perdió a su guitarrista habitual. Habitual camuflador de aquellos silencios que los borrachos de cada noche intentaban acallar a base de tragos mugrientos. Raulo conocía muy bien el perfil mediocre de nuestro protagonista, de hecho este era un asiduo comprador de la mejor marihuana del barrio, la del propio Raulo. Con un par de conversaciones, fruto de la quiebra del hielo necesaria en las primeras transacciones entre drogodependientes, pudo Raulo averiguar que lo único que obtendría nuestro hombre de su guitarra, sería una tendinitis aguda en el hombro, por llevarla de un lado a otro. No obstante, no tenía más alternativas y sabía que podría contar al menos con la puntualidad de este pobre fracasado.

 El guitarrista aficionado actuó esa noche en la que los borrachos de la barra gastaban los restos de sus malgastados sueldos con más rapidez de lo rutinario.

 Mientras guardaba su instrumento en silencio y se disponía a tomarse la copa gratis que Raulo le había concedido, se le acercó un hombre y le dijo que estaba impresionado. Nunca había visto a nadie emplearse tanto en tocar una pieza tan mala, era increíble como había continuado tocando sin perder la convicción de que podía dar una nota bien, a pesar de no haberlo conseguido. El hombre dijo que había aprendido una valiosa lección y que jamás olvidaría su tenacidad.
 

 El guitarrista aficionado vio como Reinhardt se calaba el sombrero hasta las cejas y desaparecía por la puerta gris salpicada de coñac. Acto seguido fue a tomarse su merecida copa.

 Su cabeza sobresalía por encima de las de el resto de bebedores que se hundían lamentables en sus regazos.
 

 Keran Asuero

 

El metro

 Voy en el metro, de fondo suena el Clair de Lune. Las paradas se repiten unas tras otras. Las luces parpadean, y en el vagón viajan todo tipo de personas, niños, viejos; hasta los bohemios de la calle Vecquer.

  Llevo todo el día intentado arrancarme un hilito de uña que ha quedado entre la carne y la uña de mi dedo. Desesperado vigilo si alguien me mira, y al instante me muerdo. El tren se frena. El primer intento no funciona, vuelvo a vigilar a mi alrededor; nadie me mira. Me muerdo con más fuerza esta vez. Consigo arrancar el trozo que llevaba amargándome todo el día. La sangre empieza a frotar intensa en mi dedo. Jubiloso y excitado levanto la vista, y entonces, la encuentro. Tras el cristal está ella, apoyada en la pared esperando su tren. El instante es indescriptible. Tan solo nos separa un cristal frío. Me olvido del dedo, me tiemblan las piernas, un punzón se me clava en el estómago. No hago nada, tan solo la miro; la deseo. El tren se pone en marcha. Empieza el crescendo.

  Me asusto. Ella se marcha para siempre y me pongo nervioso. Decidido me levanto y cruzo el vagón. Paso al siguiente, cruzo el pasillo mirando el cristal como un loco mientras la gente me observa intrigada. Por más que corro no consigo alcanzarla, ya no la encuentro, ya la he perdido. Sin aliento llego al último vagón y me quedo mirando la oscuridad tras el cristal. Perturbado y enfurecido voy hacia el freno de emergencia, es mi último recurso. Tiro sin dudar de la palanca.

  Pero no ocurre nada. No puedo frenarlo. No hay vuelta atrás. El metro sigue su camino. Abatido y defraudado vuelvo a mi asiento, esperando más suerte en la siguiente parada. Termina la canción.

 Charlie Martin


Sin título #2

 Un narco mexicano vuelve a su casa de la calle Betis tras un importante viaje de negocios a Vigo. Era por la mañana, hacía un día soleado. Al llegar se encontró la casa hecha un desastre, el suelo sucísimo y cubierto de objetos rotos, colillas en el sofá, el frigorífico en el suelo, etc. El dinero, las joyas y tres kilos de blanca navidad habían desaparecido. En el baño encontró una breve carta de despedida donde ponía: "Jódete Pancho". Su novia se la había jugado. La conoció dos meses antes, ella era para con él pura pasión desintenteresada, al parecer el destino goza de cierta ironía. Manejaba tanto dinero que no se preocupó lo más mínimo por el asunto, de hecho, prefería pagar ese precio si así conseguía perder de vista a esa zorra.

 Tras un buen rato arreglando aquel estropicio y ya que en su casa no tenía ningún alimento llamó para salir a comer a su amigo Juan "el Piraña". Fueron a La cigala de oro, restaurante donde era cliente habitual y donde servían la mejor carne de la ciudad. Cogieron la única mesa libre de de la terraza, Pancho se pidió solomillo al roque y un whisky doble, el Piraña croquetas y una cerveza. Mientras llegaban los platos hablaron de la compra que Pancho hizo en Galicia y de quienes distribuirían todo aquello por Sevilla. El Piraña fue a mear y nuestro mexicano se quedo sólo, con su cigarro y su copa. Se fijó en el grupo de chicas de la mesa de enfrente, parecían recién salidas de Death Proof. Llamó al camarero y le mandó llevar dos botellas de ron a aquella mesa. Al ellas enterarse de quién las invitó le hicieron a distancia un gesto de agradecimiento y todo siguió su curso. Por fin llegó la comida, ambos siguieron discutiendo los detalles de la operación con serenidad.

 Después del postre y de dos whiskys más Pancho pidió la cuenta, y cual fue su sorpresa al ver a su ex sentándose a la mesa de las chavalas de las botellas de ron. Ella no le vio, él sonrió tímidamente mientras pensaba en qué podía hacer. Fue una auténtica puta con él pero en el fondo era un hombre pacifico y sabedor de que el perdón libera al alma. Pagó dejando propina y no le dijo nada de ella al Piraña. Se despidieron y fue al coche. Metió las llaves y se quedó pensativo, mirando al horizonte. ¿Volver a casa o hacer una pequeña parada antes? Se encendió un cigarro, pensó que su perdón valía más que ella y se dijo a si mismo “¿Con que Jódete Pancho, eh? Te vas a cagar”. Arrancó, sacó la pistola de su guantera y se dirigió a una velocidad moderada a la calle del bar. Se colocó en el carril más lejano a acera del bar, a unos 50 metros de la mesa. Al segundo disparo consiguió su objetivo: reventarle la mano derecha. Ella era diestra y se dedicaba a la pintura, desde aquel día solo podría usar el pincel con la boca.

 José Riqueni



Si quieres participar solo tienes que mandar tu relato a carlos.martin.pazo@gmail.com. Suerte.


1 comentario:

  1. Jajajajajja vaya tres flipaos!!
    Xarlie me ha gustao muxo el tuyo pero... hijo... esa foto...XD

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