El bloqueo creativo ha sido objeto de estudio en multitud de ocasiones en el cine. Desde Ocho y medio de Fellini, pasando por Barton Fink de los Coehn o Recuerdos y Desmontando a Harry de Woody Allen. Va aparejado a la figura del artista el miedo a la falta de ideas, a la página en blanco, la máquina de escribir y las cuatro paredes. Este tema siempre ha dado mucho juego, hasta tal punto, que la propia falta de ideas era un motivo como para empezar a escribir algo. Entrar en estos terrenos es entrar en la cabeza del escritor y eso alguna vez puede provocar confusión y desconcierto, aunque puede que sea eso mismo lo que el director trate de plasmar, como es el caso.
A Charlie Kaufman, un guionista depresivo y enfermizo de actual éxito, le encargan la adaptación de un libro llamado El ladrón de orquídeas. El ladrón de orquídeas es un libro escrito por Susan Orlean, que es escritora del New Yorker, interesada en la historia de un hombre que atraparon robando flores preciosas. El ladrón es John Ladroche, una suerte de Robinson Crusoe. A todos ellos los separa el tiempo, que en la película es pieza fundamental que mueve, arrastra, condensa, dilata y extiende Spike Jonze y el propio Kaufman. A todos les va mal y todos simbolizan un estado de ánimo con el que afrontar las dificultades. Además también está por ahí el hermano de Charlie, Andy, una especie de alter ego que tiene todo lo que no tiene y es todo lo que él detesta. Además para terminar también anda por allí en medio Robert Mckee que se encargará de aconsejar al pobre Charlie en su búsqueda, de qué, ni el propio Charlie lo sabe.
La película es todo un quebradero de cabeza de metáforas y simbolismos. Hay momentos en los que se pierde por completo la narración en las divagaciones y en los juegos de hipertextos de Kaufman, aunque siempre se saca algo en claro.
Se termina con la sensación de que se ha visto algo original, aunténtico, que desmonta clichés pero que a veces resulta accesible sólo para el propio Kaufman.
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