Las películas de Haneke suelen partir de premisas muy elaboradas, la mayoría entorno al papel del ser humano en la edad contemporánea, la alta clase europea, la influencia de los medios y la tecnología, la esclavitud de la imagen. Juega con la provocación despertando nuestros deseos más animales. Los deseos son esenciales en su obra, la influencia de la psicología en sus películas es notable, tanto que sus personajes parecen construidos en terapias de psicoanálisis. En definitiva Haneke te golpea con su idea, te la da directa en la cara o sutilmente en la oreja, pero te golpea.
En este caso juega con los niveles de realidad de la historia, mezclando lo que veo por la pantalla, con lo que ve que ve el personaje y lo que graba el director, como un juego de cajas chinas.
Caché sucede en Francia, pero podría ocurrir en cualquier ciudad europea. Un hombre, padre de familia, editor y conductor de un programa de literatura, con estabilidad emocional y económica recibe un día una cinta de vídeo en la que se observa su casa grabada desde fuera. No se sabe ni quién ni cómo, y eso a él lo martiriza.
La realización, el montaje, las interpretaciones y la historia están a la altura de un tipo con su renombre. La película está plagada de juegos metatextuales que no hacen más que incidir en la idea que desarrolla, logrando con esto una película innovadora, desafiante y reflexiva.
La tele siempre encendida |
A mi parecer el propósito del austriaco es crear un personaje lo más parecido a nosotros mismos y ponerlo a prueba, una vez tras otra esperando a que el personaje se revele, sin darle nunca una respuesta ni alivio, dejando claro que él es el director y está por encima de todo. ¿Quién graba las cintas? Da igual, el propio Haneke mismo.
Todo esto para elaborar una compleja certeza que yo resumo. Cuando nos aprietan un poco, nos sentimos mal, esto nos deshace como arenilla y tan pronto empezamos a preguntarnos qué hicimos para merecer esto.
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